Ella, se quedaba hipnotizada contemplando aquella provocativa figura justo en la orilla, donde el mar funde su cuerpo con la arena. Él seguía avanzando sin apartar la mirada de aquella fémina admirandola como solo se puede admirar a la mismísima afrodita. Como cada noche, se paraba en su oído dibujando con el roce de sus labios una linea hasta su boca. Una vez ahí, sonreía una vez más y justo antes de fundir el ardor que ambos sentían, esperando a acelerar el temblor de sus cuerpos... Él desaparecía como el humo de su cigarrillo.
Y ella despertaba, como cada mañana, una vez más.